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ESTILODEVIDA

LAND ART O EL PAISAJE COMO LIENZO

A finales de los años 60, los paisajes desérticos del Oeste de Estados Unidos fueron el campo de operaciones -inspiraciones- de un grupo de artistas en busca de una vía de escape al mercado del arte comercial. La encontraron en la vuelta a la naturaleza, entendida ahora como espacio expositivo y objeto mismo de arte.Al mirar la Tierra desde el espacio se pueden ver la Gran Muralla china, las pirámides de Egipto, el complejo de invernaderos de la provincia de Almería, en el sur de España y, según la época, una curiosa formación enroscada que entra casi un kilómetro en el Gran Lago Salado de Utah (EE.UU.). Se trata de la Spiral Jetty, construida por Robert Smithson en 1970 con bloques de basalto, lodo y la propia sal cristalizada del lago. Este caracol de cristales en continua transformación es, posiblemente, la gran obra del Land Art.En su silencio salino, la Spiral Jetty reclama, como todas las de su género, la atención del observador mediante la alteración artística del paisaje para lograr una conexión con él, una conexión emocional entre el hombre y la naturaleza, la tierra y el medio ambiente a través de sensaciones. El mensaje ecologista se envía desde, con, mediante y por la propia naturaleza.

Contra la tendencia generalizada en el mundo de las artes de considerar al paisaje como un género secundario (sin contar a movimientos como el Romanticismo y el Impresionismo que revalorizaron esta categoría), en los años 60 y 70 en EE.UU e Inglaterra, algunos de los artistas vinculados a los incipientes movimientos ecologistas encontraron en el paisaje el elemento fundamental de sus obras y el soporte de las mismas. El paisaje dejaba de ser un mero elemento representado para ser la espina dorsal de la obra de arte, además del ejemplo empírico de que había alternativas al circuito comercial del arte contemporáneo, de la materia y el ‘cubo blanco’.
La transformación del entorno tiene mucho de arquitectura pero siempre bajo los condicionantes de la naturaleza, sólo así se logra que la obra final conecte con valores ancestrales, ideas, pensamientos y sensaciones de manera mucho más potente que la que aporta la mera visión del paisaje. Y, siempre, con la perenne cualidad de lo efímero, el irrefrenable ímpetu de los fenómenos atmosféricos y el tiempo. Es por ésto que el registro fotográfico, audiovisual y documental de las obras es esencial para su inclusión en la historia del arte, lejos del olvido. La fotografía del Campo de Relámpagos (1974-1977) de Walter de María es una doble obra de arte por su cualidad de pieza esencial de esta forma de expresión y por ser una fotografía espectacular. De María clavó 400 postes de acero de distintas alturas en el desierto de Quemado, al norte de Nuevo México, acotando un espacio casi mítico y siempre místico que revive durante las tormentas eléctricas y los rayos son atraídos por los postes.Los Annual Rings (1968) de Dennis Oppenheim; las Sombras de Lluvia de Andy Goldsworthy (1984) en Escocia; el Laberinto (1971) de Richard Long en Connemara, Irlanda; o el Double Negative (1969) de Michael Heizaer en el desierto de Nevada (EE.UU.) son otros exponentes de Land Art.

También existen grandes piezas de este género en España, las más famosas quizás, El Peine del Viento (1952-1977) de Eduardo Chillida, en San Sebastián; el Bosque Pintado de Oma, de Agustín Ibarrola; las incursiones de José María Yturralde, Nacho Criado, Adolfo Schlosser o Eva Lootz. En este sentido, en los últimos años, el arte emergente ha devuelto el protagonismo al entorno y al paisaje y ha descubierto en el intervencionismo en la naturaleza un buen motivo de acción. Los encuentros de Scarpia (Córdoba) beben hoy de aquel entusiasmo creador que nació en Utah, Nevada y Nuevo México, y usan rocas, árboles, tierra y viento como sus herramientas de lenguaje.

Texto Bárbara

Fotografía David O. Stevens

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